Muerte poética.
SOPHIE
Grité hasta que mi garganta pareció arder en llamas, mis puños golpeaban la puerta y mis uñas arañaban la madera.
—¡Déjame salir!
No hubo respuesta, solo el eco apagado de mi voz rebotando hacia mí como si se burlara. Él se había ido, así que estaba sola y atrapada. La oscuridad era espesa, como alquitrán. No podía ver nada, ni siquiera un resquicio de luz bajo la puerta, ni mis propias manos frente a mí.
Mi espalda estaba presionada contra la pared, fría, húmeda y demasiado cerca. Encogí mis rodillas contra mi pecho como si todavía fuera aquella niña pequeña, metida allí por una mujer sin alma.
Como un reloj, comenzó. Esa cosa que sucedía cada vez que me encontraba en un espacio cerrado, ese pánico que arañaba mi garganta y arrancaba el aliento directamente de mis pulmones.
Esa vez fue aún peor, quizás por lo familiar que resultaba la situación. Ahora podía escuchar sonidos. Sonidos que en el fondo, sabía que eran producto de mi imaginación, pero que no podía d