En la cara clandestina de La Belle Époque parisina, el peligro se esconde, acechando a las jóvenes que intentan hacerse un lugar en el mundo de los adultos. Damián lo sabe mejor que nadie. Cuando conoce a Alba, algo se despierta dentro de él. Un capricho o una obsesión que lo lleva a querer protegerla con su vida... Hasta de la propia viuda de su padre, Madame Lamere. ¿Qué secretos esconde Damián? ¿Se llevará a cabo el plan de Madame Lamere o Alba estará a salvo?
Leer másA porta pesada do The Black Room se fechou atrás deles, selando Sophia em um mundo que não lhe pertencia, mas que, de alguma forma, parecia ter sido feito para ela.
Seu coração batia frenético contra o peito, não por medo, mas pela promessa do desconhecido. O ar era carregado, denso com uma eletricidade que parecia vibrar em sintonia com seu próprio corpo. O perfume amadeirado de Giovanni envolvia seus sentidos, um lembrete constante da presença dominante dele, enquanto sua mão firme a guiava com precisão, pressionando a base de suas costas nuas.
Ela sentia o calor dele, a força silenciosa que exalava de cada movimento, de cada toque, de cada palavra não dita.
— Confie em mim, Sophia. — A voz dele veio baixa, um sussurro grave que reverberou por sua espinha como uma promessa perigosa.
Ela engoliu em seco, seus dedos tremendo levemente, mas não recuou. Porque, apesar do desconhecido, apesar da tensão quase insuportável entre eles, ela queria aquilo.
O quarto era um santuário de controle e desejo, um espaço onde os limites eram testados e o prazer era moldado pela entrega. As paredes escuras absorviam a pouca luz vinda de velas estrategicamente posicionadas, criando sombras dançantes que faziam cada detalhe parecer ainda mais intenso.
Mas não eram as sombras que capturavam sua atenção.
Eram os objetos.
Algemas de seda, vendas de veludo, chicotes finos, cordas trançadas. Uma coleção cuidadosamente organizada de instrumentos de prazer e submissão.
Sophia sentiu o peito subir e descer com mais força.
Um universo completamente novo se abria diante dela.
Giovanni parou atrás dela, e antes que pudesse absorver tudo ao seu redor, seus dedos deslizaram lentamente por seu braço desnudo fazendo ela arfar.
O toque dele era firme, porém provocante.
Cada deslizar dos dedos parecia uma pergunta silenciosa, um convite para atravessar um limite invisível.
—
Está pronta para me pertencer esta noite?O calor dele irradiava contra sua pele, um contraste hipnotizante com o frio sutil do ambiente. Sophia fechou os olhos, tentando controlar a avalanche de sensações que ameaçava consumi-la. Mas já era tarde demais.
— Sim… — Sua voz saiu como um sussurro, carregada de uma necessidade que a assustava e a excitava na mesma medida.
Giovanni sorriu, satisfeito com a rendição implícita nas palavras dela. Pegou uma venda de veludo e a deslizou suavemente sobre seus olhos. O mundo ao redor desapareceu. Nada além do som de sua respiração e do calor da presença dele restava.
— No escuro, você sentirá mais, Sophia.
Sua voz roçou sua orelha, enviando um arrepio intenso por sua pele. O desconhecido aguçava cada sentido, cada expectativa. Ela estremeceu quando sentiu a textura das fitas de seda envolvendo seus pulsos, delicadas, mas firmes, atando-a à mercê dele. A sensação de imobilização fez sua pulsação disparar.
— Agora, apenas sinta.
Ela ouviu o farfalhar da roupa dele, o som rouco dos sapatos se afastando e depois voltando. Então, um toque quente, dominado pela precisão de alguém que sabia exatamente o que estava fazendo, deslizou por seu ombro, descendo lentamente pela curva de sua coluna.
Cada toque era um comando silencioso.
Cada suspiro, uma rendição inevitável.
Os lábios de Giovanni a tocaram, explorando-a sem pressa, sem hesitação. Sua língua traçou um caminho torturante pelo seu pescoço, sua respiração quente provocando um contraste entre prazer e expectativa.
As mãos dele desceram por seu corpo, explorando-a com um domínio absoluto, como se ela já lhe pertencesse há muito tempo.
— Você é fascinante assim, entregue-se a mim… — A voz dele soou rouca, carregada de desejo contido, de uma fome que ela sabia que não era apenas dela.
O mundo ao redor se dissolveu.
Sophia já não sabia mais onde terminava e onde começava.
A venda privava sua visão, mas seus outros sentidos estavam mais aguçados do que nunca. Cada toque dele era fogo e gelo ao mesmo tempo, desenhando nela um caminho sem volta.
O prazer e a excitação se misturavam à adrenalina de estar à mercê de um homem que a fazia sentir-se simultaneamente protegida e vulnerável.
— Eu poderia devorá-la inteira esta noite. — Ele sussurrou contra sua pele, os dentes roçando levemente em seu ombro.
O corpo de Sophia estremeceu, e ela sentiu o calor líquido do desejo se espalhar dentro de si.
Ali, naquele quarto escuro, nas mãos de um homem que sabia exatamente o que fazer com ela, Sophia teve certeza de uma coisa.
Ela nunca mais seria a mesma, porque Giovanni Bianchi acabara de marcá-la.
E ninguém jamais a tocaria do mesmo jeito novamente.
Al verlo allí, de pie ante la entrada, Alba no pudo evitar sentir como la culpabilidad la volvía a invadir. Pero, si él era consciente de todos sus temores, no daba muestras de notarlo. Al contrario, al pasar por su lado tuvo el descaro suficiente de echarle una mirada que bien podía significar un “después hablamos “. Quizás, no estaba enojado con ella, pero ella estaba segura que sí y esa actitud no hizo otra cosa que machacar todos sus propios reproches. «Oh, solo espero que Martha no se dé cuenta de nada… o que sea lo suficientemente sensata como para no decir nada…»Pensó mientras se sobresaltaba al sentir como él le había rosado el brazo como por casualidad, al pasar. Estaba segura que, ese día, más que los anteriores, le costaba hacer como si nada pasaba. Por el rabillo del ojo miró suplicante a Martha, como rogándole porque no dijera nada de lo que ella pudiera notar. —Ah, tienes razón, corazón… espero que este trabajo te sea más leve que esas cartas…— intervino Martha mir
Las gachas se cocían a fuego lento en el gran fogón de la cocina. Pero, por mucho que las revolviera con el cucharón, la avena simplemente parecía no querer tener buen aspecto, ni tomar el buen sabor de los ingredientes. «¡Dios mío!¿Por qué?¿Por qué tengo que actuar siempre como una idiota?¡¿Por qué?!» Se quejó Alba con frustración. Hablaba del desayuno, pero su mente no se encontraba allí. En realidad, su mente seguía en el altillo y en la forma en la que se había comportado. No entendía porqué seguía echándose hacia atrás, pese a querer lir hacia adelante. Tampoco comprendía porqué reaccionaba con miedo al rechazo, si a fin de cuentas, Damián no se mostraba jamás ofendido por sus indecisiones. Al contrario, él solo le demostraba tenerle paciencia. Además que ya se lo había dejado en claro: «él no me está ayudando para conseguir favores de mi parte… Él me ayuda porque quiere y, si yo deseo algo más… pues queda en mí decidirlo. Él seguirá a mi lado hasta verme a salvo…» Se
Todavía era de madrugada cuando el despertador comenzó a sonar. Alba se encontraba acurrucada entre los brazos de Damián. Frunció el entrecejo y buscó a tientas el reloj para apagarlo. Se levantó con pereza de la cama, sintiendo el frío viento matinal que se colaba por los huecos mal tapados del altillo. Miró a su lado, solo para corroborar que él todavía siguiera dormido. Por suerte, lo estaba.Sonrió risueña al recordar lo ocurrido en la noche anterior. Aquella noche se había escabullido a la boardilla para llevarle la cena y comer con el. Como ya era su costumbre desde hacía un poco más de dos semanas. Pero, en aquella ocasión, se había quedado dormida entre sus brazos. No, no habían hecho nada más que besarse y hablar de cualquier cosa sin importancia. Sin embargo, el solo hecho de haberse quedado dormida allí, ya le parecía algo completamente nuevo. Buscó a tientas la ropa de abrigo que había dejado a un costado de la cama. Se la puso sin dejar de pensar en cuánto había cambi
—De modo que dices que se lo ha visto desesperado ¿No es así, hija mía?— inquirió Asmodeus mientras cargaba su pipa.Su hija, Marguy, no respondió en el momento. En cambio, prefirió observar de costado como él seguía con ese ritual de cargar la pipa de tabaco, llevársela a la boca y encenderla con un cerillo. Contó las bocanadas que su padre dio. Sabía que, al igual que a ella, la noticia lo había afectado. Por esa razón, esperaría a que terminara con su ritual. Para que, al menos, estuviera un poco más relajado cuando le diera los pocos detalles que ella sabía. Mientras tanto, afuera, la lluvia seguía cayendo junto con la tarde. —¿Y bien?— insistió Asmodeus sin poder ocultar su impaciencia. Marguy suspiró y volteó a verlo, sonriendo de lado como siempre lo hacía. Se encogió de hombros y esa fue toda la respuesta que se limitó a dar. Asmodeus rodó los ojos, su hija natural era un maldito calco a ese hombre que había sido en su juventud. —Lastima que no fueras un hombre, Marguy…
«Realmente ¿Estoy segura a su lado? Realmente ¿Él podría ser alguien de confianza? En serio… ¿Él está esperando a que yo le crea todos sus cuentos?¿Lo hace porque es lo que cree correcto o tiene otra intención?¡Dios Santo!¿En dónde me han metido?»Pensó Alba casi al borde de las lágrimas sin poder evitar observar a Damián con la sincera expresión de terror. Decir que se encontraba devastada ante esa situación, era quedarse corto y subestimar su capacidad de frustración. A lo mejor Damián se había dado cuenta de todo lo que ocurría en su mente. Alba no estaba segura de eso, pues todo ocurrió tan de repente que no tuvo tiempo de pararse a pensar. Él la tomó por la barbilla, sin dejar de observarla con preocupación. Sus ojos azul cielo parecían preguntar por lo que le ocurría. Y eso, a ella, la preocupaba aun más ¿Cómo podía ser, él, un hombre tan atento y, a su vez, tener malas intenciones? Confundida, se echó a llorar. —¿Alba
—¿Acaso no estabas enfadado conmigo, Damián?— quiso saber mientras amohinaba los labios y fruncía el entrecejo.Él la observó en silencio un momento, sin dejar de sonreír. Aunque esa sonrisa tenía más de burla que de complicidad. Pero, tampoco era burla lo que sentía. Por el contrario, solo le divertía ver las grandes ironías que ella le mostraba.«¿Tan poco tiempo que nos conocemos y ya se ha dado cuenta cómo soy? En todo caso ¿Por qué no me ofende que así sea?»Observó para luego encogerse de hombros y dejarse caer sobre la cama con la cabeza apoyada sobre sus brazos. Se dio la vuelta y estiró la mano para acariciarle la mejilla con la yema de su pulgar sintiendo la suavidad de su piel. Tan suave que ya comenzaba a antojar.De vuelta, hasta él mismo se sorprendía cuánto lo podía provocar esa hermosa fragilidad. Tanto así que debía reconocer que los enfados, con ella, no le durarían más que unos escasos segundos. —¿Le cuento
Último capítulo