Luego de cinco años de casada, viviendo un difícil matrimonio, Ofelia Burgos conoce a Rodrigo Santos. Un hombre, que no sólo despierta en ella, una atracción inesperada, sino que la hace caer en el juego de la infidelidad y el placer. A pesar de que en un principio, su relación se ve amenazada por los prejuicios sociales y los severos juzgamientos familiares, la desmedida pasión que Ofelia y Rodrigo sienten, es tan fuerte que los lleva a traspasar los límites y enfrentar cualquier adversidad sólo para lograr estar juntos. Mas, detrás de los bastidores de este intenso romance, Ofelia guarda un doloroso secreto que amenaza con destruirlo todo: nunca podrá convertirse en madre, una realidad que podría destrozar el sueño de Rodrigo de tener hijos propios. ¿Podrá Rodrigo aceptar a Ofelia y el amor que comparten, incluso si eso significa renunciar a su anhelo de ser padre? ¿Podrá Ofelia sacrificar el profundo amor que siente por Rodrigo y dejarlo ir de su lado?
Leer másEl cuento de nunca acabar
POV de Ofelia Despierto y veo a Felipe a mi lado, él está de espaldas a mí. Extiendo mi brazo para tomar el teléfono que reposa sobre la mesa de noche. Verifico la fecha, mi temperatura y la hora. Son las 7:00 de la mañana. Es el momento perfecto para seducirlo y tener sexo. Sí, eso dije. ¡Tener sexo! De un tiempo para acá, sólo tenemos sexo, sólo eso. Sé que para muchos suena un tanto bizarro decirlo de esa manera, sobre todo cuando apenas llevamos un par de años casados y como diría mi amiga Paola, “son los mejores años para disfrutar del matrimonio”. Quisiera por primera vez estar de acuerdo con ella, pero no puedo hacerlo. No han sido para mí, los dos mejores años, casi podría decir que mi felicidad junto a él, duró algunos meses. Pero de eso hablaré más adelante. Me incorporo cuidadosamente para no despertarlo. Me quito la bata de encajes quedando totalmente desnuda, me acuesto nuevamente y me escabullo entre las sábanas. Lo rodeó con mi brazo desde atrás, acaricio sus pectorales y beso su espalda suavemente. ¡Sí! estoy en mis días de ovulación y no pienso desaprovechar la oportunidad para intentar una vez más, embarazarme. Llevamos dos años haciendo la tarea todas las noches y a pesar de ello, no consigo quedar en estado. Aún así continúo intentándolo siempre. Quizás si logro embarazarme él dejará de tratarme mal. No puedo negar que me duele cada vez que discutimos por lo mismo y él termina lastimándome con sus verdades. Aumento mis caricias, rozando mis pechos turgentes con su espalda cubierta por la lujosa pijama de seda importada que lleva puesta. Mis labios suben hasta su cuello mientras mis manos descienden por su abdomen dirigiéndome hacia su miembro. Felipe despierta sobresaltado por mis caricias y en un acto reflejo, aparta mi mano con fuerza, se incorpora y se sienta en la cama. —¿Qué haces, joder? —El tono de su voz es hostil. Sorprendida por su reacción, trato de responderle sin tartamudear: —E-estoy o-ovulando —murmuro. —¿Me has despertado sólo para eso? —increpa— ¿Crees que luego de pasar toda la semana trabajando, quiero pasar el sábado follando contigo para ver si te embarazas? —L-lo siento, pensé que podíamos intentarlo... —Apenas alcanzo a decirle. —Estoy cansado de intentarlo, ¿eh? Estás seca, seca como el desierto, incapaz de dar una puñetera vida —suelta sin más, lastimando mi dignidad como mujer. Cada palabra suya me fustiga y castiga de forma inclemente haciéndome sentir culpable, vacía, ‘seca’ como dice él. Felipe se levanta de la cama y se dirige al baño; yo limpio las lágrimas que ruedan por mis mejillas sin poder detenerlas. —Es mi culpa, —sollozo— Todo es mi culpa, no puedo darle un hijo. ¡No puedo! Me envuelvo entre las sábanas blancas y me desahogo en silencio como suelo hacerlo desde hace un año. ¡También le irrita verme y oírme llorar! Todo lo que hago parece enojarle, todo. Lo peor es que no sé como llegamos a este punto, ni por qué cambió tanto conmigo. Minutos después sale del baño, se dirige al vestíbulo, lo veo cambiarse y ponerse ropa deportiva. Me incorporo en la cama, me coloco la bata y me dispongo a levantarme para ir hasta el baño, asearme y luego bajar a desayunar juntos. —¿A dónde vas? —cuestiona al ver que me pongo de pie. Su mirada va hasta mí con tanto desprecio que siento como si deseara desaparecerme de la faz de la tierra. —Voy a asearme para desayunar contigo. —contesto en voz baja. —No voy a desayunar, ni a quedarme contigo. —espeta— Iré al club. —anuncia. —Puedo ir contigo, si quieres. —digo en un intento vano de reconciliarnos. —Necesito descansar de ti ¿no lo entiendes? —dice y mis ojos se vuelven cristalinos.— Estoy harto de lo mismo, deberías aceptar de una vez que no puedes ser madre. Segura de que esta vez no podré ocultar mis lágrimas, me cubro el rostro con ambas manos. Felipe se regresa hacia mí, me toma del antebrazos de forma abrupta obligándome a descubrir parte de mi rostro. De un sólo tirón me arrastra hasta el baño, me coloca frente al espejo sosteniendo mis hombros, mientras me humilla: —¿Te has mirado alguna vez en el espejo mientras lloras?—coloca su mano firme en la nuca y me empuja hacia adelante con agresividad.— ¿Sabes lo horrible que te ves? ¡Mírate joder! Pareces una magdalena. —Déjame por favor, ya basta —Le imploro. —Tú a mí, no me das órdenes —Enrolla mi cabello en su mano y me jala con fuerza— Te dejaré cuando se me antoje, joder. Me empuja hacia un lado, me sostengo del lavabo. Él sale de la habitación y escucho cuando azota la puerta de nuestra recámara. Me recuesto de espalda en la pared, me deslizo pesadamente y me dejo caer hasta el piso frío de porcelana. ¿Qué hice para merecer tanto desprecio? ¿Me odia sólo por no darle un hijo como lo hizo su ex esposa? ¿Por qué entonces no se divorcia de mí? Preguntas que van y vienen dentro de mi cabeza, preguntas que me aturden. Todas ellas sin una maldita respuesta. Devastada por aquel momento, me levanto del piso. Me miro nuevamente en el espejo, abro el estante aéreo y tomo del un frasco de píldoras relajantes, el mismo que me recetó el médico en mi última crisis de ansiedad. Con las manos temblorosas, volteo el frasco en mi mano, no sé cuantas pastillas empuño. Las coloco en mi boca, tomo el vaso de cristal, bebo el líquido mientras repito en mi mente “sólo necesito descansar emocionalmente, sólo eso” De pronto comienzo a sentir mucho sueño, me tambaleo hacia adelante y hacia atrás, intento sostenerme del lavabo, mi tronco se inclina hacia adelante, pego mi rostro contra el espejo, mis párpados pesan tanto que no consigo mantenerlos abiertos y pierdo la fuerza en mis piernas y mis brazos. —Nadie más que yo desea tanto tener un hijo. —susurro mientras me desvanezco—. Nadie...POV Rodrigo Apenas la puerta se cierra tras ella, el silencio se instala en el restaurante como un susurro incómodo. Sigo de pie junto a la mesa, observando el espacio que hace segundos contenía su cuerpo. Su aroma aún flota en el aire, mezcla de vino, deseo y ese algo tan de ella que no sé describir pero que reconozco de inmediato. Camino hacia la mesa. La botella está a medio vaciar. El mantel arrugado. Y ahí está. Encima de una de las sillas, su delicada y diminuta pantie negra de encajes. La tomo con cuidado, como si fuera una reliquia. Lo guardo, no por morbo, sino porque necesito aferrarme a algo que pruebe que lo que pasó entre nosotros fue real. Que fue de verdad. Me recuesto en la silla, cierro los ojos y la revivo. Su voz entrecortada, sus gemidos, sus ojos pidiéndome más. “Soy tuya” me dijo. Y aunque sé que no es cierto… yo lo creí. Me pierdo en mis pensamientos y cuando veo ya ha oscurecido. Tomó las llaves de mi coche, cierro bien todo y salgo del restaur
El móvil vibra entre mis dedos, no sé si estoy a punto de volar… o de caer. Y caigo.Aunque no quiero contestar, sé que debo hacerlo. Le atiendo.—¿Dónde te has metido, zorra? —escucho la voz tajante, fría, como un puñal que corta sin pestañear.Me paralizo. El aire se me queda atascado en la garganta.—E-estaba almorzando —tartamudeo, mirando mis pies descalzos sobre el suelo del restaurante.Rodrigo, al escuchar el tono de mi voz, se aleja discretamente. Me da la espalda. Me da espacio. Libertad. Libertad para hablar con el hombre que cree ser mi dueño.—Iré ahora mismo a buscarte.—No, no es necesario, ya voy saliendo para allá. —respondo con nerviosismo. La idea de que venga, me paraliza. —Dije que iré a buscarte. Bájate del taxi y me esperas.De pronto, algo se enciende dentro de mí. Tal vez es la dignidad, tal vez es la rabia contenida, o quizás la voz de Rodrigo aún resonando en mis entrañas.—Te dije que voy en camino —respondo, firme. Firme.Y me sorprendo a mí mi
POV Ofelia Mientras almorzamos aquella exquisita pasta carbonara, pienso en lo que ha ocurrido entre Rodrigo y yo, en cómo nos hemos dejado llevar por el deseo.¡Acabo de estar con otro hombre que no es Felipe!Imagino que me he convertido en una de esas mujeres que muchos juzgan y pocos comprenden. Pero eso, ahora mismo, es irrelevante. No me importa lo que otros puedan opinar.Solo sé que ha sido perfecto. Sus besos, sus caricias, su piel sobre la mía… Por primera vez siento que he hecho el amor. Y ha sido con Rodrigo. Un hombre que apenas he visto dos o tres veces, pero que ha llegado a mi vida justo cuando más lo necesitaba.Estoy exhausta de un matrimonio que es pura apariencia, atrapada al lado de un hombre que solo espera que le dé un hijo. Mi vida con Felipe se limita a eso: a ser el medio para su herencia. Después de eso, para él, yo no significo absolutamente nada.No quiero justificar lo que acabo de hacer, tampoco espero que me entiendan. Solo quiero que me escuchen
La beso con hambre, con necesidad, como si cada segundo sin sus labios fuera insoportable. Y ella responde igual. Con la misma urgencia. Con la misma entrega feroz. No hay dudas en sus manos, en la forma en que se aferra a mí, en cómo su cuerpo busca el mío como si también necesitara este momento para respirar.Mis manos se deslizan bajo su blusa, explorando su piel con un temblor reverente. Cada centímetro descubierto es una revelación, un privilegio que me hace sentir culpable y afortunado al mismo tiempo. Su piel es tan suave, tan caliente, tan viva. Me pierdo por completo en su anatomía. La miro. Sus mejillas están encendidas, sus labios entreabiertos, su pecho sube y baja con rapidez. Y esos ojos. Dios, esos ojos que me miran como si yo fuera algo más que un hombre con deseos. Como si viera en mí algo especial o diferente. —¿Estás segura? —pregunto, con la voz ronca, desgarrada por todo lo que estoy sintiendo.Asiente lentamente, y esa simple respuesta me es suficiente más
POV de Rodrigo No tenía intención de detenerme tan bruscamente, pero algo en el pasillo obligó a hacerlo. Un ruido, una sombra… o fue sólo una excusa. Lo cierto es que sentir a Ofelia chocar contra mí, me hizo estremecer, como si el contacto hubiera sido mucho más profundo que un simple tropiezo. —¿Te lastimaste? —le pregunto, girándome con rapidez. El tono de su voz reflejaba asombro, y eso me alivia. —No, no, estoy bien. Sólo me pisaste —dice, en un tono de voz que cambia de asombro a juguetón. No sabía que estaba tan cerca. O quizás sí, pero no quería admitirlo. —Disculpa, es que no sabía que te tenía tan cerca. Ella responde con una broma, algo sobre que yo quiero deshacerme de ella. Nada más lejos de la verdad. La miro a los ojos y, sin pensarlo, levanto su barbilla con cuidado. Su piel es cálida, suave, y su cercanía me atrae como un imán. —Eso nunca… jamás podría hacerte daño —le digo, con toda la verdad que había en mí. En ese momento, ya no importa lo que había
Felipe no aparece durante el resto de la mañana, por lo que tendré que almorzar sola como otras tantas veces. Decido llamar e invitar a Paola para que me acompañe.—Pao estoy sola en casa ¿Almorzamos juntas? —Lo siento tía, hoy iré con Marcelo a casa de sus padres. Para la próxima ¿Vale? —Claro, no hay problema. —exhalo un suspiro. —¿Te ha ocurrido algo? —pregunta con preocupación. —No, nada. Sólo no quería almorzar sola. —De verdad siento no poder ir, pero si deseas al volver de casa de los padre de Marcelo, iré a verte. —Está bien, Pao. No te preocupes, disfruta del paseo. Resignada a tener que almorzar sola, bajo hasta el comedor. Sin embargo, aún la mesa no está servida, por lo que me dirijo hasta la cocina. Juana se encuentra sentada con su móvil en la mano. —Disculpe, Juana. ¿Por qué aún la mesa no está servida? —preguntó en un tono amable. —Lo siento, es mi tarde libre —contesta parcamente y luego agrega:— El Sr Felipe avisó que no vendría. —¿Qué? —digo sor
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