Livia Moretti es conocida como la rosa de la mafia italiana; con su belleza cautivaba a cualquiera que la mirase. Educada para un solo propósito: ser moneda de cambio en un mundo donde gobiernan la sangre y las alianzas. Su destino se sella cuando su padre la compromete con Darío Valenti, uno de los capos más temidos del país. Un hombre cuya reputación está manchada por la muerte de sus tres anteriores esposas. Mujeres que, como Livia, intentaron escapar de un infierno disfrazado de matrimonio. Pero Livia se niega a vivir sometida y aterrorizada. En la noche de su compromiso, toma una decisión desesperada: huir. Herida, cubierta de barro y con el corazón en llamas, cruza la frontera del clan enemigo, un territorio tan peligroso como el que deja atrás. "Vivo o muero, pero no como una cobarde." Lo que Livia no sabe es que su acto de rebeldía desatará una guerra entre clanes, poniendo en juego no solo su vida, sino el equilibrio del imperio mafioso más poderoso de Italia.
Leer másLivia La mujer frente a mí me miró indignada, con el pecho subiendo y bajando demasiado rápido. Se llevó la mano al pecho, soltando un grito que nos sobresaltó a todos, seguido de improperios hacia mi persona que no me inmutaron en lo más mínimo. Peores cosas había oído ya, y allí seguía, más firme que nunca.—Un día, un día es lo que llevas aquí —me señaló con el dedo—. No eres nadie para mí, así como tampoco para esta gente. Si no puedes soportar esa verdad, ¿qué te hace pensar que puedes con esto? Estás viva por suerte, no te creas especial. No has sobrevivido a nada. Solo eres un gusano que logró salvarse después de revolcarse en el suelo pidiendo ayuda. Eso no es de valientes, es de malditos cobardes.Algo punzó en mi pecho, pero no fue porque aquello me doliera, no. Lo que quería hacer era cogerla de la cabeza y estrellarla contra el suelo. Una y otra vez, hasta que cerrara la maldita boca que solo para eso le servía.—¿Por qué mierdas no acepta que ahora formo parte de este lu
Livia Aun sabiendo que estaba lejos de mí, sentí miedo. Mucho miedo al imaginarme cumpliendo con ese juramento escrito en esa nota. Olvidé quiénes me rodeaban, olvidé la comida y solo me levanté de la mesa, saliendo del comedor. Aire, necesitaba aire fresco.—Cierren las entradas. Nadie sale y nadie entra hasta encontrar a quien trajo esta maldita nota. ¡Interroga al personal, a todos! —escuché la voz de Matteo ordenándole a alguien. No presté atención. Seguí mi camino hasta llegar al jardín y sentarme en una tumbona.Me abracé a mí misma, rememorando toda la angustia que había pasado, y maldije a mi padre por haberme condenado a la enfermiza obsesión de aquel hombre. Darío era el tipo de persona que, cuando quería algo, en lugar de cuidarlo, lo destruía. Porque esa era su retorcida forma de querer las cosas.Escuché pasos detrás de mí y, segundos después, su sombra se cernió sobre mí. No dijo nada, solo se sentó a mi lado y me atrajo contra su pecho. No estaba llorando ni tampoco qu
LiviaEn el ascensor, la situación no cambió; se volvió más intensa al estar en un lugar más reducido, con él rodeando mis caderas y su boca rozando la piel expuesta de mi cuello. Parecía embriagado, completamente perdido por el deseo de tocarme.—¿Esto querías, cierto? —susurró, con su voz más grave de lo normal—. Te gusta tentar al diablo, Livia. Deberías ser más cuidadosa.Sonreí, posando mi mano sobre su mentón, acariciando su barba y disfrutando del contacto. Se sentía tan bien. Me gustaba.—¿Te molesta? Todos asumen que soy tuya, pero ni siquiera tú me puedes tocar... y eso te jode.—No, no me molesta —sonrió despacio—, porque sé que un día tú serás quien me busque. Tú me pedirás que te toque y te haga sentir como nadie puede. No me molesta porque sé que nadie puede tocarte, y si alguien se atreviera, si tan solo descubriera la intención... le cortaría los dedos, uno a uno. Porque tú eres intocable. Y aunque te joda, tú eres mía, Livia.Me helé al escucharlo. Aquello no eran pal
Livia Afuera de la mansión me esperaban cuatro hombres de gran altura y musculatura, con sus trajes impecables y micrófonos con los que se podían comunicar entre ellos. Sus rostros eran pura seriedad, espaldas erguidas y miradas atentas. No me incomodaban; estaba acostumbrada a salir con escoltas porque toda mi vida ha estado en riesgo siempre.—Andando, señores —dije con naturalidad, entrando a una de las dos camionetas aparcadas en la entrada. Dos de ellos subieron conmigo y los otros dos abordaron la otra.Se suponía que él iba a presentármelos, pero al parecer se había molestado más él que yo y me dejó tirada en el salón. No le di importancia al asunto y me dediqué a ver por la ventana del auto durante el largo recorrido hasta el centro de la ciudad, donde compré todo lo que necesitaba: ropa, calzado y cosas de uso personal. No eran muchas cosas. Me entretuve más conociendo el lugar que comprando.Pocas veces se me permitía salir de casa, por lo que estaba acostumbrada a disfruta
El sonido de un disparo en medio del jardín resonó por toda la mansión de los Moretti. Era el cuarto de sus hombres que mataba en medio de su ataque de ira. Darío respiraba de forma irregular, sus pensamientos no eran claros, un temblor que disimulaba muy bien. La impotencia de no tener lo que quería bajo su dominio lo estaba enloqueciendo; su sangre parecía lava ardiendo, y no paraba de imaginar lo que le haría a su prometida cuando volviera a estar en sus manos. «Sí, ella volverá a mí», era lo que se repetía una y otra vez.Vescari había hecho una muy buena jugada: le había dado justo donde le dolía, en el punto más frágil de cualquier Capo, lo que estaba considerado intocable para los hombres de la mafia. Su mujer. «Mi mujer, mi mujer. Livia, mi mujer», repetía una y otra vez, sin cansancio. Se estaba volviendo loco imaginando que otro hombre había tocado lo que era suyo, lo que estaba reservado para él. Pagaría caro. Él mismo mataría al Capo de la 'Ndrangheta, le arrancaría la pie
LiviaMe removí entre las suaves sábanas, dejando escapar un pequeño gemido por el enorme placer que sentía: el mullido colchón y el confort que me ofrecía la almohada. Despacio abrí los ojos, viendo el lugar todavía desconocido para mí; de día se veía aún más impresionante.No tuve la necesidad de ver a mi lado para saber que estaba sola, lo cual era bueno. Me daba la libertad de levantarme y tardarme el tiempo que quisiera en la ducha o eligiendo lo que me pondría hoy.Mi cuerpo había agradecido esas horas de descanso. Las heridas no dolían tanto; debía cambiarme el vendaje y revisarlas. Dos disparos que demostraban el amor inmenso que me tenía mi padre.Reí por lo bajo, dejando las sábanas y yendo al baño para quitarme las vendas. La herida del hombro comenzaba a cicatrizar, pero bastaba un solo golpe para detener el proceso. La de la pierna, esa apenas y estaba cerrada con la puntada que me habían hecho. Era perfecta, hecha con dedicación para no dejar marca.Miré mi reflejo en el
Último capítulo