Tess Winslow era una chica común y corriente, atrapada en una vida miserable y sin aspiraciones. Se mantenía esclavizada en un trabajo mal pagado, mientras los deudores irrumpían en su hogar exigiendo dinero. Pero, inesperadamente, todo cambió. Tras desmayarse por exceso de trabajo, despertó en una cama, vestida de novia y lista para casarse. Ahora ya no era Tess Winslow, sino Zara Harrington, esposa del magnate Cole Harrington. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué había pasado de la pobreza a una vida de lujos? ¿Cómo había terminado casada con un hombre tan atractivo? Y, para colmo, su nueva vida estaba lejos de ser perfecta. Su esposo, que tenía a otra mujer embarazada, la odiaba, al igual que su nueva familia. Pero, ¿qué más daba? ¡Ahora tenía una nueva vida y era millonaria!.
Leer másVenir a trabajar con hambre, sueño y dolor de cabeza no es la mejor manera de empezar el día. Pero aquí estoy, sirviendo café para mi gruñón jefe. ¿Qué le pasa a ese viejo amargado? Si está muy frío, lo devuelve. Si está muy caliente, también. Si está tibio, lo mismo. ¿Quiere tomar orina o qué?
Regreso a su oficina con otro café, forzando la sonrisa mientras lo dejo sobre su escritorio. Me observa a través de sus lentes de pasta oscura, toma un sorbo y, como era de esperarse, frunce el ceño. Aquí vamos de nuevo. —Sabe horrible —dice con calma, y me da un tic en el ojo—. Tráeme otro. Estoy segura de que me odia. Sí, eso debe ser. Tranquila, Tess, respira. —Con todo respeto, señor, pero ya van cinco cafés con este… —¿Me estás cuestionando? —se quita los lentes, y eso solo significa que quiere pelear—. ¿Además de incompetente, atrevida? —Es solo un café. Todo el tiempo que he perdido en esto podría haberlo invertido en trabajo, señor —sueno tan harta que ni me esfuerzo en disimularlo. —Ah, ¿hablamos de tiempo? —se ríe, divertido—. Muy bien, señorita Tess, ya que le preocupa tanto, ¿qué le parece hacer horas extras? —No, espere, señor, lo que quise decir… —Mañana a primera hora quiero todo este papeleo listo, sin errores —arrastra una pila de documentos hacia mí—. Sin objeciones, o le redacto su carta de despido. Aprieto los labios con fuerza y quiero llorar de puro coraje. No he dormido en días, no he desayunado, y anoche mi cena fue un sándwich frío que llevaba días en la nevera. Y ahora, horas extras. ¿Por qué este desgraciado me odia tanto? Tomo los papeles de mala gana y regreso a mi puesto de trabajo, tragándome el nudo en la garganta. Se desquita conmigo solo para inflar su asqueroso ego de superioridad, simplemente porque lo rechacé cuando se me insinuó. Puedo estar muriéndome de hambre con este mísero sueldo, pero mi dignidad no está en venta. Paso el día frente a la pantalla del ordenador. Cuando llega la hora del almuerzo y me invitan a comer, me niego. No puedo darme el lujo de gastar. Cada centavo cuenta para pagar las deudas que dejó mi padre cuando se largó con otra mujer. Por su abandono, mamá se quitó la vida y me dejó sola con toda esta carga. Me pregunto qué pecado estaré pagando. Llega la noche y mis compañeros ya se han marchado. No me queda más remedio que recoger mis cosas y volver a mi estrecha y fría casa, cargando estos documentos que debo terminar para mañana. Al llegar, lo primero que hago es buscar algo de comer. Mi nevera está casi vacía. Lo único que encuentro es agua y otro sándwich frío. No he hecho la compra porque no quiero gastar lo poco que me queda, dinero que he reservado para los deudores. Y ni siquiera alcanza para nada. —¡Tess! —un grito me sobresalta y mi cena cae al suelo—. ¡Abre la puerta, te vi llegar! Maldigo entre dientes por mi mala suerte y por haber perdido mi cena. Cierro la nevera con rabia y voy a abrir la puerta. Sé quiénes son. Otra vez esos tipos, viniendo a pedir dinero antes del día estipulado. —¿Ahora qué? —les espeto en la cara al abrir—. ¡Hoy no es el día de pago! —¿Y eso qué? Necesitamos dinero —responde uno de los dos hombres musculosos frente a mi puerta—. Danos algo, aunque sea. —No tengo mucho —suspiro—. ¿Creen que produzco dinero por arte de magia? Tienen que esperar. —Te dijimos que nos des algo —el más alto me agarra del cabello. Quisiera darle una patada en la entrepierna, pero son dos, y sé que quien perdería sería yo—. Anda, Tess, eres una chica buena. He tenido un día de m****a y ahora esto. No tengo paz, no tengo dinero, no tengo nada. ¿Hasta cuándo tendré que vivir así? —Está bien —me rindo, y ellos sonríen con satisfacción. Voy a mi habitación, saco lo poco que he logrado ahorrar y se los entrego. Aunque es una miseria, lo aceptan sin quejarse. De seguro lo gastarán en vicios, como siempre. Cierro la puerta y miro mi cena desparramada en el suelo. Ni siquiera me molesto en recogerla. En lugar de eso, me siento frente a mi pequeña oficina improvisada y me pongo a trabajar. Pasada la medianoche, la fatiga me golpea con fuerza. Me siento mareada, con falta de sueño y con un dolor de cabeza insoportable. Lo único que quiero son unas vacaciones, pero sé que nunca podré permitírmelas. ¿Por qué no nací rica? ¿Era tan difícil? La pantalla de mi ordenador se vuelve borrosa. Un vértigo repentino me deja sin aire y, antes de que pueda reaccionar, mi cabeza choca contra el escritorio. Todo se vuelve oscuridad. Si muero, quiero ir al cielo. Es mi único deseo. [***] —¡Zara! —Por Dios, ¿está muerta acaso? —No, seguramente se desmayó de la emoción… Abro los ojos de par en par, con las pupilas casi saliéndose de las órbitas. En mi campo de visión hay muchas caras desconocidas que suspiran de alivio al verme incorporarme. Me duele la cabeza como nunca y siento un ligero malestar en el pecho. ¿Dolor? Sí, algo así. Mi cuerpo se siente pesado y, cuando me miro, descubro que llevo puesto un vestido de novia enorme, hermoso y elegante. ¿Qué es esto? —¡Qué alivio que hayas despertado! —me dice alguien a quien no conozco. A mi alrededor todo es puro lujo. Una habitación de ensueño, de esas que jamás en mi vida de pobre habría podido tener. Mujeres vestidas de forma elegante me rodean, algunas parecen del servicio, y entre ellas hay un hombre mayor con un maletín. Parece un doctor. —¿Se encuentra bien, señorita? Le haré un chequeo —dice el hombre, y yo lo miro confundida. ¿Estoy soñando? Si es así, esto se está volviendo raro. Mientras ese señor me revisa, intento aclarar mi mente. Estoy perdida, demasiado perdida. ¿No estaba frente a un ordenador muriéndome? Entonces… no morí, sino que estoy soñando, ¿verdad? —Qué extraño —comenta el tipo de repente—. No encuentro ninguna anomalía. Todo parece estar en orden. —Quizás fue un simple desmayo por la presión, doctor —añade alguien más—. Qué bueno que no fue nada grave. Todos en la habitación parecen haberse calmado, pero yo no. Me levanto de un salto abrupto de la cama y todas las miradas se fijan en mí con sorpresa. Mi cuerpo no me duele, tampoco siento ese horrible malestar que cargaba por el hambre. Más bien… me siento sana. ¿Esto es real? —¿Zara? —pregunta alguien al verme moverme hacia un espejo sobre un mueble. Aparto a la gente de mi camino y me miro en el reflejo. Me quedo atónita. Soy hermosa, increíblemente hermosa. Cabello negro, ojos azules como zafiros, piel blanca, suave y delicada. Además… mi figura es perfecta. ¿Quién demonios es ella? ¿Soy yo? —¡Dios mío, es tardísimo! —chilla alguien—. ¡Hay que darse prisa, todos están esperando! Me jalan de la mano, apartándome del espejo. Me ponen recta y las mujeres de antes comienzan a darme retoques en el cabello, colocan un velo, maquillaje y adornos. Yo nunca me maquillo. Todo se siente irreal, y el miedo a hablar me deja en estado de shock. En un abrir y cerrar de ojos, estoy dentro de un auto con mujeres gritando aquí y allá, insistiendo en que vamos tarde. ¿Tarde a dónde? Me pellizco el brazo y suelto un quejido. Duele. No parece un sueño, pero tiene que serlo. ¿O es un lado distorsionado del cielo donde pedí ir? Alguien habla por teléfono y dice que estamos por llegar, que hubo un retraso. Se ven nerviosas, y por alguna razón, yo también lo estoy. Cuando llegamos al destino, todas las mujeres que vienen conmigo se bajan del auto y el chófer me abre la puerta. Estoy frente a una iglesia. Hay mucha gente dentro, y los flashes de las cámaras golpean mi rostro, obligándome a fruncir el ceño. ¿Me voy a casar? —Apresúrate, Zara —dice alguien entre risas emocionadas. ¿Quién es Zara? ¿Yo? No… yo soy Tess. Una melodía empieza a sonar mientras me posicionan para caminar por una larga alfombra roja. La gente murmura a mi alrededor, sus caras son desconocidas, sus ropas son lujosas, y la decoración de la iglesia es impresionante. ¿Este es mi último regalo antes de morir? ¿Casarme por todo lo alto? Mis ojos encuentran unos orbes negros en cuanto llego al altar. No sé cómo, pero he llegado. Me recorren de pies a cabeza y frunce el ceño. ¡Es muy guapo! Pero… ¿por qué me mira con tanto odio? Miro detrás de mí, tratando de distinguir a alguien conocido, pero la verdad es que no logro reconocer a nadie. Me sobresalto cuando el cura, que parecía estar esperando, inicia una oración. ¿Esto va en serio? ¿Debería correr? Estoy asustada, no entiendo qué está pasando. Quiero despertar, porque con cada segundo esto se vuelve más real. —¿Señorita Zara? —la voz del padre me saca de mis pensamientos. Lo miro, parpadeando confundida.—¿Acepta a Cole Harrington como su esposo para amarlo y respetarlo todos los días de su vida hasta que la muerte los separe? Abro la boca sin saber qué responder. Mis ojos vuelven al guapísimo hombre frente a mí, que parece como si quisiera matarme con la mirada. Yo no soy Zara, soy Tess, pero si Zara se está casando y yo estoy en su cuerpo… ¿debería decir que sí? No, espera, esto suena raro. —Zara —gruñe el tipo entre dientes. —Ah… sí, acepto —respondo de forma mecánica. Me llevo las manos a la boca al notar que mi voz suena distinta. Más refinada, dulce, con una melodía perfecta. El cura le hace la misma pregunta al tal Cole, y él responde igual que yo, pero con una voz forzada y ácida. ¿Qué le pasa? ¡Yo al menos lo dije de buena gana! —Entonces, el novio puede besar a la novia —declara el anciano. Mi expresión se transforma en puro horror. Ni de broma. Nadie me va a besar. —¿Qué demonios te pasa? —la voz del hombre frente a mí es helada. —¿Pasar qué? El tipo frunce el ceño y me observa como si estuviera loca. Yo tampoco entiendo nada. Cuando pedí ir al cielo, no me refería a esto. Si es un sueño, necesito despertar ya. —¿Puedes comportarte ya? —gruñe el hombre frente a mí, acercándose. Uy, huele a colonia cara… y deliciosa—. Deja este estúpido juego y quédate quieta. —¿Quieta para qué…? —Las palabras mueren en mi boca cuando él se inclina y me besa los labios. Abro los ojos de par en par y, por puro instinto, lo aparto de un empujón. Luego, sin pensarlo, le suelto una bofetada. ¡Qué irrespetuoso! Entonces, el silencio se apodera del lugar. Se oyen murmullos de asombro y los flashes de las cámaras se intensifican. El hombre frente a mí se queda inmóvil, con la cabeza girada hacia un lado, atónito. Yo, por mi parte, me llevo las manos a la boca. ¿Qué acabo de hacer? No sé qué decir, qué hacer… ¿Quién es él? No lo conozco. Más bien, no conozco a nadie aquí. ¿Dónde demonios estoy metida?.POV: Evander Blackwood —Papi —mi hija tira suavemente de la manga de mi saco, apartándome la vista de la computadora—. ¿Y esto qué significa?Levanto la mirada por enésima vez en lo que va de la tarde. Desde que Tess la dejó aquí, se ha pegado a mí como una lapa, decidida a que sea yo quien la ayude con la tarea.—Eso quiere decir que la plantita creció —le explico con una sonrisa, señalando los dibujos en su cuaderno—. Pasó de ser una semillita a convertirse en una ramita bonita. Colorea los dos, y verás cómo cobran vida.Ella asiente con seriedad, toma un lápiz de color y se pone a trabajar con concentración. Está sentada en mi regazo, tranquila, absorta en su mundo de colores. Yo, mientras tanto, intento avanzar con unos papeleos que aún tengo pendientes. La verdad, no he progresado mucho desde que llegó… pero su compañía me llena. Es parlanchina, sí, pero cuando se trata de hacer sus tareas, es muy aplicada. Eso, sin duda, lo heredó de mí.—¿Y esta parte? —pregunta de nuevo al ca
POV: Cole HarringtonZara sale con un hermoso traje de baño que me deja boquiabierto por unos segundos mientras la veo pasar desde la tumbona en la que estoy recostado. Lleva unas gafas de sol y un sombrero que le dan un aire elegante, casi de portada de revista. A pesar de su embarazo de mellizos, su figura sigue siendo envidiable. Por un instante, me entra el impulso de correr hacia ella y cubrirla con una manta, pero recuerdo que es mi esposa, que solo yo tengo derecho a verla y tocarla… y se me pasa.Mientras bebo un zumo de coco, no aparto la mirada de ella hasta que Natalia, mi prima, pasa corriendo como una bala. También lleva un diminuto traje de baño que deja poco a la imaginación.Entiendo el motivo de su carrera cuando Bob aparece a mi lado, jadeando y con cara de ogro mientras intenta alcanzarla una vez más.—Déjala —le digo—. Solo la mirarán, no pueden tocarla.Bob resopla, claramente molesto, pero se da por vencido. Lo comprendo: lo que lleva puesto Natalia apenas puede
POV: Tess Winslow Los nervios me invaden apenas Harry y Tobías se marchan, luego de ayudarme a preparar esta cena tan especial, con la decoración y la sorpresa que tengo planeada para Evander.No sé dónde ponerme ni cómo quedarme quieta. He ido al espejo al menos cuatro veces, asegurándome de estar perfecta para él cuando llegue. Cada detalle ha sido meticulosamente planeado, aunque en el fondo, sé que solo busco distraerme y calmar esta ansiedad que me recorre entera.Cuando suena el timbre, salto del asiento. Me levanto con una sonrisa, respiro hondo y voy a abrir la puerta.Evander se queda pasmado al verme. Claro, llevo puesto ese vestido que Harry escogió para mí. Le pedí que no fuera tan extravagante, pero este —negro, corto, sin mangas, ajustado justo por encima de las rodillas— es sencillamente mortal.—Tú… —balbucea Evander, sin despegar la vista de mi escote—. ¿Qué es todo esto?—¿Cómo me veo? —le pregunto, dándome media vuelta para mostrarle el conjunto completo.—¿Cómo te
POV: Zara CaldwellHacerlo aquí, en medio de la nada, a esta hora de la noche y sobre una colina… jamás se me habría ocurrido.Todavía siento un leve cosquilleo de nervios, ese miedo absurdo de que alguien nos vea o nos escuche. Sería bastante irónico que nos descubrieran en plena acción, en una noche tan especial como esta.—¿Quieres que me detenga? —pregunta Cole, interrumpiendo el beso que estábamos compartiendo, ese que parecía no querer terminar nunca—. Te noto tensa.Veo la duda en sus ojos, el temor apenas disimulado. Sé lo que piensa. Debe creer que me incomoda su cercanía o que me toque, que su pasado con esa mujer aún ronda entre nosotros. Pero no es eso. No me siento mal por estar aquí, con él.—Pensé que ya habíamos superado eso —murmura, con un dejo de tristeza—. Lo que hubo con ella... nunca fue real, ya lo sabes. —Lo sé, Cole —respondo suave, llevando un dedo a sus labios para calmar su inquietud—. Sé por lo que pasaste. Debió ser duro… pero yo no estoy pensando en eso
POV: Cole Harrington—Te veo y juro que pareces un adolescente a punto de dar su primer beso —se burla Sebastián, dándome un codazo suave—. Vamos, hombre, quedó perfecto.—¿De verdad lo crees?—¿Dudas de mis habilidades? Nunca las perdí. Además, solo eran unas luces y un poco de magia.—Gracias por ayudarme —le digo con sinceridad—. Me hizo sentir como en los viejos tiempos.—¿No se te hace un poco... agridulce? Digo, esto es muy parecido a lo que hiciste aquella vez, cuando...—Estoy feliz —lo interrumpo con una sonrisa tranquila—. Ya no estamos en ese pasado. Zara y yo estamos aquí, ahora, juntos.Sebastián asiente, con una media sonrisa.—Suerte, amigo —me da una palmada en el hombro—. Vuelvo a lo mío. Me cuentas después cómo fue todo.Nos despedimos y luego conduzco hacia la casa de Zara. Debe estar esperándome ya.El corazón me late como loco. Estoy tan nervioso que apenas pude dormir anoche. La idea de estar con ella de nuevo, casados, sin más barreras entre nosotros, me parece
POV: Zara CaldwellCole no deja de abrazarme. Sus brazos están alrededor de mí, temblorosos, igual que su respiración entrecortada. Le devuelvo el abrazo con una sonrisa leve. Puedo sentir cuánto me ha extrañado. No pensé que reaccionaría así al verme.—¿Y si vamos a otro lugar? —le propongo—. Para hablar con más calma.—Claro —dice, separándose al fin. Sus ojos oscuros se quedan fijos en los míos unos segundos, llenos de nostalgia. Luego me toma de la mano y subimos al auto.El trayecto es silencioso. Tengo las manos sudadas sobre las rodillas. No sé qué decir, ni por dónde empezar. Han sido meses sin vernos, meses que me dediqué por completo. Necesitaba ese espacio para sanar, para reencontrarme. Y ahora me alegra haberlo hecho.Unos minutos después, Cole estaciona en una plaza vacía. Me abre la puerta y bajo, tomando su mano otra vez. Todavía sin decir nada, me guía hasta una banca de madera. Nos sentamos. El aire es fresco, y me ayuda a relajarme un poco.—¿Cómo estás? —le pregunt
Último capítulo