"Me fui para salvarlo". Cinco años atrás, Ezekiel Nightfall me rechazó. Me desterró de su manada, me arrancó el título de Luna y me condenó al olvido. Pero no sabía que dentro de mí crecía su hijo. Hui. Me escondí. Me convertí en un fantasma para protegerlo. Nadie podía saber que existía, porque si lo descubrían… lo matarían. Pero me encontraron. Me arrancaron de los brazos de mi hijo y me llevaron de regreso a la manada que me odia. De regreso a él. Ezekiel me mira como si fuera una pesadilla hecha carne, como si no pudiera creer que sigo viva. Pero cuando sus ojos se posan en mi hijo… cuando entiende lo que he ocultado todos estos años… Todo cambia. Porque lo que abandonó no fue solo a mí y a un simple niño. Ese pequeño era el Alfa que un día podría destronarlo. El niño de la profecía. El heredero de la Luna. El futuro de los licántropos.
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La lluvia cae sobre mí en ráfagas furiosas, clavándose en mi piel como agujas de hielo. No veo más allá de unos pocos metros delante de mí. La tormenta lo cubre todo, difuminando los árboles y volviendo el suelo fangoso bajo mis pies.
Respiro con dificultad, cada bocanada de aire es una tortura. Mi garganta arde y mis pulmones están al borde del colapso. Pero no puedo darme el lujo de detenerme a tomar aliento.
No cuando el eco de sus palabras sigue desgarrándome por dentro, haciendo sangrar mi corazón.
“No mereces ser mi Luna”, me dijo Ezekiel.
¡Un latigazo directo al corazón!
¡Un golpe seco en mi estómago!
“Jamás lo serás”.
Mis pasos se tambalean y, por un momento, me doblo, sujetando mi abdomen con ambas manos, como si de esa manera pudiera proteger a mi bebé del veneno que su padre acaba de escupir sobre nosotros.
Sin poder evitarlo, un sollozo me sacude, pero no puedo llorar, no puedo parar. Si lo hago, no me cabe duda de que me alcanzarán.
Y, si lo hacen…
Cierro los ojos con fuerza y sacudo la cabeza. No, no pienso permitir que lo descubran. No voy a permitir que me lo arranquen. Conozco a Ezekiel lo suficientemente bien como para saber que jamás aceptará tener un hijo conmigo, su Luna rechazada.
Un trueno retumba en el cielo y el sonido se mezcla con el grito distante de los cazadores, que cada vez están más cerca.
Me obligo a mover las piernas una vez más, aunque apenas soy capaz de sentirlas. El frío se ha colado hasta mis huesos. Estoy empapada de pies a cabeza, con las rodillas embarradas, y cada uno de los músculos de mi cuerpo clama un descanso. Pero no lo haré.
El barro se pega a mis pies descalzos y, en un descuido, no logro evitar resbalar.
—¡No! —exclamo con voz entrecortada, cuando caigo de bruces al suelo.
Mis manos se clavan en la tierra y mi vientre roza la superficie con un golpe seco, haciendo que un escalofrío recorra mi espina dorsal.
Si no estuviera embarazada, podría buscar a mi loba interior, pero no pienso arriesgarme. Sé lo que eso puede significar para mi hijo, y no pienso perderlo. Después de todo, por eso me encuentro en esta situación.
Pensando en esto, me fuerzo a levantarme y me aferro a mi abdomen, conteniendo la respiración.
“Por favor…”, clamo al cielo, rogando no sentir ningún dolor repentino, ninguna señal de que mi hijo ha sido herido.
Cuando mi vientre no responde con punzadas agudas de peligro, me permito soltar el aire en un gesto breve de alivio, en el mismo momento en el que retumba un nuevo trueno, seguido de un grito.
Y, entonces, reconozco la voz que más odio en estos momentos, después de la de Ezekiel.
—¡Encuéntrenla ya mismo!
Es Orion.
Un nudo de rabia y de traición se aferra a mi garganta, caliente y asfixiante.
Él. Mi supuesto protector. El Beta en el que he confiado durante toda mi vida. El único que pensé que me ayudaría…
—¡Maldito…! —exclamo en voz baja y mi voz se quiebra, mientras un sollozo escapa de entre mis labios.
Porque me duele. Me duele en lo más profundo de mi ser saber que no solo Ezekiel me ha rechazado, que no solo me arrebataron mi lugar como Luna, sino que ahora han decidido cazarme como si fuera un simple animal enfermo, un error a eliminar.
“Jamás lo serás”.
Las palabras de Ezekiel vuelven a resonar en mi mente, como un puñal que se clava en mi pecho, una y otra vez.
¡Lo odio!
Creí en él, en su destino junto a mí. Creí que, aunque en un principio no me amara, encontraría la manera de ser lo que la Luna nos había destinado a ser, pero él ni siquiera se dignó a mirarme cuando me rechazó. Ni siquiera quiso escucharme…
Ni siquiera sabe que va a ser padre…
Y, cuando lo sepa…
Aprieto los dientes con fuerza. No, no permitiré que lo sepa. No voy a dejar que se lleve a mi hijo, que lo convierta en su heredero mientras yo desaparezco como si nunca hubiera existido, o, lo que es peor, que decida que lo mejor es deshacerse de él tanto como de mí.
No…
Con un último esfuerzo, me incorporo una vez más. Mis piernas tiemblan, siento los dedos de mis pies entumecidos, y apenas puedo aferrarme a la tierra. Pero, aun así, corro.
Y esta vez espero no tener ni el más mínimo traspié.
El bosque es un laberinto oscuro, la lluvia ha convertido el suelo en una trampa resbaladiza, y el miedo hace que sienta que me muevo en cámara lenta y a la vez que el tiempo pasa demasiado rápido.
El sonido de las patas golpeando el suelo inunda mis oídos, a pesar de la tormenta.
“¡Por la Luna! ¡Por la Luna, me han encontrado!”, pienso en el momento en el que oigo un gruñido a mi derecha y otro a la izquierda.
¡Me están acorralando!
Mis piernas no dan más. No tengo salida. Todo esto, para nada… Mi hijo y yo moriremos aquí.
Por puro instinto, sujeto mi vientre, ahogando un sollozo.
“Lo siento, mi amor”, pienso mientras cierro los ojos, esperando el ataque.
Pero, en ese momento…
¡Un estallido!
Un viento violento explota entre los árboles, empujando a mis cazadores con una fuerza sobrehumana.
Al percibir esto, abro los ojos de golpe, y veo cómo los lobos se retuercen en el suelo, aullando de puro dolor. Algo los ha inmovilizado.
Y ahí, entre las sombras del bosque, veo cómo una figura emerge de entre la espesura con una presencia imposible de ignorar.
Se trata de una mujer de no más de treinta años, con cabellos oscuros y ojos ardientes como llamas.
—Si quieres que tú y tu hijo sobrevivan —dice, con un tono que corta el aire como un cuchillo—, ven conmigo.
El corazón retumba contra mis costillas, mientras me pregunto cómo diablos lo sabe.
La miro por un momento, antes de enfocar mi mirada en Orion y en los demás, con sus cuerpos aún retorciéndose en el suelo.
No sé quién es esta mujer, no sé ni siquiera si puedo confiar en ella, o en cualquier otra persona, después de todo lo que ha sucedido, lo único que se es que…
¡No tengo elección!
Mis labios se separan levemente, pero no logro articular palabra, por lo que solo asiento, con los ojos ardiendo y el alma completamente rota.
La mujer se acerca a mí, sin que siquiera pueda notarlo, y, en un abrir y cerrar de ojos, todo desaparece.
Y, con ello, todo lo que alguna vez fui.Ezekiel La puerta estalla en mil pedazos, mi cuerpo atraviesa la entrada con una fuerza incontenible, y de pronto mis pulmones se llenan aún más del espeso aire cargado con el aroma a cenizas y ozono…Y entonces lo huelo, con más claridad.Mi mirada recorre la cabaña y rápidamente se clava en el pequeño bulto que hay en el suelo, envuelto en mantas.Y ahí lo veo.¡Es mi hijo! ¡Mi sangre!Está dormido, hecho un ovillo, con la respiración acompasada y el rostro sereno, lleno de inocencia, a pesar de la fuerza que he notado que tiene su poder.De pronto, el alivio se estrella contra mi pecho con una fuerza brutal. Todo me indicaba que me necesitaba que estaba en peligro, pero, gracias al la Madre Luna, él está bien.Sin embargo, no me permito soltar el aire. Al menos no todavía. Porque ella está aquí. La bruja de las montañas: Zara Ravenwood, quien se interpone entre mi hijo y yo en el momento en el que intento acercarme a él.Y ese simple gesto es suficiente para que la rabia vuelva a
Zara La cabaña huele a cenizas y a ozono, un aroma electrizante que impregna el ambiente con una promesa que sabe a tormenta. En el exterior, el bosque retumba, y puedo sentir el eco de un Alfa enloquecido que se abre camino a través del bosque.¡Ezekiel!El pequeño cuerpecito de Hades tiembla entre mis brazos, cada espasmo es un latido de pura magia que chisporrotea contra mi piel. Pequeños relámpagos de energía bailan en la pálida piel del niño, como si su alma estuviese luchando por liberarse. Sus labios entreabiertos dejan escapar jadeos débiles, rotos, como un animal herido. ¡Es demasiado poder!Necesita a su madre…En la lejanía, un aullido, profundo, feroz… dominante, atraviesa la noche. Ezekiel está cerca. Su presencia es como un incendio en la distancia, como un huracán capaz de arrasar con todo a su paso.¡El hasta entonces el Alfa de los Alfas viene a por lo que le pertenece!Y yo no estoy segura de poder permitirlo, a pesar de que hace tiempo sé qué es lo que debe suceder
Ezekiel Siento como un intenso calor comienza a apoderarse de mi interior, al punto en el que me quema.Un poder, que reconozco como propio de un Alfa, se despliega dentro de mí, como un relámpago bajo mi piel, un fuego que reconozco, un fuego fatuo, antiguo, que arrasa mis entrañas. Es como si cada fibra de mi ser se tensara al máximo, como si mis huesos se hubieran convertido en brasas al rojo vivo.Pero no es solo el poder…¡Es un llamado inconfundible!Un tirón visceral, un anzuelo de luz en medio de la oscuridad.El corazón da un vuelco en mi pecho, y siento cómo el mundo se estrecha hasta convertirse en una fina y delgada que me lleva directo…¡A él!Porque no tengo dudas es él.¡MI HIJO!El lobo dentro de mí se yergue de golpe, un aullido ahogado se retuerce en mi columna vertebral. Es puro instinto, una primitiva certeza, una verdad escrita con sangre… ¡Mi sangre! Puedo sentirlo en cada latido, en cada respiración. Es una parte de mí, una chispa de mi propia vida en la distan
LyraEl tiempo pierde significado cuando estás atrapada en la fina línea entre la vida y la muerte… Los días parecen disolverse en la penumbra de la habitación de Ezekiel, y cada amanecer es solo una pincelada pálida que apenas roza las pesadas cortinas. Me siento atrapada en un limbo, suspendida en un espacio donde el dolor se mezcla con el silencio, donde la realidad se convierte en un sueño febril del que no soy capaz de despertar.Llevo una semana aquí. Una semana sintiendo la presencia de Ezekiel, como si me acechara, constante y silenciosa. No me habla, ni me toca más de lo necesario. Pero está ahí. ¡Siempre está ahí!Ezekiel se sienta en la butaca que hay junto a su cama, cada vez en la misma posición, con los codos hincados en sus rodillas, con los dedos entrelazados y la mirada fija en mí.Y, cuando lo miro de reojo, veo que sus ojos son dos enormes brasas apagadas. Oscuros, profundos.Me observa fijo como si estuviera esperando a que me desmorone de una vez por todas, ya s
Ezekiel El grito en mis sueños me despierta. Es un alarido infantil, desgarrador, y está dirigido a mí.—¡PAPÁ! ¡EZEKIEL! Me siento de golpe, con la respiración entrecortada, los músculos tensos y un sudor frío recorriéndome la espalda. La habitación está en penumbras, pero no es la oscuridad la que me inquieta.¡Es esa voz!La misma que me ha estado persiguiendo en mis sueños durante las últimas semanas. La misma que regresa, una y otra vez, como un susurro entre las tinieblas. La misma que, por alguna extraña razón, me llena de una mezcla extraña de emociones, en donde el miedo es incontrolable.Y yo no suelo tener miedo…Mi mandíbula se tensa al máximo. No soy alguien que se deja atormentar por nada, mucho menos por fantasmas o sueños… Con esto en mente, me levanto de la cama, consciente de qué es lo que sucede. Pero, aun así, necesito su confirmación, la confirmación de Lyra.*** Cuando llego a las mazmorras, el hedor a encierro y enfermedad me golpea como un puñetazo direct
LyraEl primer golpe de dolor llega como un arañazo. Fino, cortante… Una punzada que se clava en la base de mi columna, como una enredadera llena de espinas enredándose en mi médula.Por momentos parece calmarse, pero no desaparece, sino que simplemente se extiende, como raíces envenenadas que reptan por mi interior, ramificándose debajo de mi piel, enroscándose en cada uno de mis huesos y desgarrando lentamente mis nervios.Un grito queda atrapado en mi garganta, cuando me despierto, jadeando y empapada en un helado sudor. La mazmorra de la mansión es un mausoleo oscuro, únicamente iluminada por la luz de la luna que se cuela a través de la pequeña ventanita que hay sobre mi celda.Intento moverme, sentarme en el camastro de piedra, pero las piernas no me responden, y el dolor se intensifica, creciendo en oleadas, como si manos invisibles me arrancaran a tirones la energía, deshojando mi ser con una calculada crueldad.Como puedo me aferro a la única manta que me ha dado uno de los h
Último capítulo