capítulo 3.

Capítulo 3

Narrador omnisciente

Había pasado una semana desde que Kerry, el alfa, se marchó. La rutina de Zaria siguió su curso, aunque en sus noches la oscuridad se volvía más espesa y silenciosa. Cada mañana pedía que su desayuno estuviera en la cocina, acompañada de los empleados de la casa, quienes, tras unos días de sorpresa, comenzaron a disfrutar su presencia. Zaria les ofrecía sonrisas sinceras, de esas que iluminan una habitación entera… pero nadie, absolutamente nadie, sabía que cada noche lloraba en silencio.

Ella sufría. En su cuerpo cada amanecer amanecía una nueva marca, un recordatorio silencioso del lazo roto, del dolor que solo una traición podía causar.

Pero ella se repetía una y otra vez que pasaría… que no era nada.

Porque ella era su luna. Su mate.

Ella tenía que ser suficiente para él.

Durante esa semana, Kerry le llamó todos los días. Conversaciones breves, muchas veces apresuradas, pero que a ella le bastaban para alimentar la esperanza. Sentir que su voz la llenaba aunque fuera por minutos, le calmaba el alma y engañaba a su corazón. Fue en una de esas llamadas que él le anunció que regresaría antes de lo previsto. Quería ver la remodelación del kínder de los cachorros.

Zaria se llenó de emoción. Ese día se levantó con más energía de la que había sentido en semanas. No le importó el ardor de su piel ni las nuevas marcas que decoraban su espalda. Nada importaba porque su alfa venía a casa. Él estaría con ella. La abrazaría. La miraría como antes. Le daría su calor.

Su energía era contagiosa. Todos notaron su ánimo renovado. En la cocina, al compartir el almuerzo con los empleados, su risa volvió a sonar libre, como una melodía que había estado guardada por mucho tiempo.

Pasó el día corriendo de un lado a otro. Supervisó personalmente los detalles del kínder, revisó cada esquina de la mansión, se aseguró de que todo estuviera impecable. Todo tenía que estar perfecto para él.

El sol comenzó a caer y el reloj marcó la hora en la que él debería haber llegado… pero no apareció.

Zaria lo llamó. Una, dos, tres veces. Pero la llamada no salía. Ni siquiera entraba al buzón.

Confundida y con el corazón inquieto, decidió seguir adelante con la presentación del nuevo kínder. Había trabajado mucho para lograr ese resultado, y los miembros de la manada merecían ver el cambio. Todos aplaudieron emocionados, elogiando a su luna con respeto y admiración. Ella sonrió, agradecida, pero su corazón estaba lejos… esperando en la entrada de la mansión por la figura de su alfa.

Al llegar de nuevo a casa, se encontró con la cena preparada y ningún rastro de Kerry. Mandó a todos a descansar, aunque muchos se resistieron. Insistió con firmeza. Ella misma limpiaría. Necesitaba hacer algo… cualquier cosa para no dejarse caer.

Tres horas más tarde, seguía ahí, sentada frente a una mesa llena de platos fríos. Aún albergaba la esperanza de que él solo se hubiera retrasado.

Finalmente, se levantó y salió al jardín. Ese rincón especial que el propio Kerry había mandado a construir para ella. Un espacio lleno de flores blancas y lavandas, con faroles de luz tenue que se encendían por la noche.

Pero ni siquiera ese refugio la salvó.

Un dolor punzante le atravesó el pecho, tan fuerte que cayó de rodillas sobre el césped. Como cada noche, su cuerpo no resistió. Las lágrimas comenzaron a brotar, su aliento se hizo irregular, y el dolor fue tan insoportable que finalmente se desmayó, una vez más… en silencio.

Despertó al día siguiente en su cama, confundida. Su último recuerdo era estar arrodillada en el jardín. Parpadeó varias veces, tratando de ordenar sus pensamientos, cuando la voz del ama de llaves interrumpió el silencio.

—Qué bueno que ya despertó, luna.

Zaria iba a responder, pero otra voz se le adelantó.

—El doctor está aquí para revisarla.

Ella tragó saliva con dificultad. No quería que nadie se preocupara por ella. Ella era la luna, debía proteger, no ser protegida.

—Estoy bien —respondió, incorporándose con cuidado para no demostrar el dolor—. Solo estaba cansada. Me quedé dormida en el jardín —mintió con una sonrisa forzada.

El doctor y el ama de llaves intercambiaron una mirada, pero no insistieron. Zaria no les permitiría examinarla, y sabían que no conseguirían que cambiara de opinión.

—El alfa avisó que llegará en una hora a la manada —añadió el ama de llaves antes de marcharse.

En cuanto escuchó esas palabras, los ojos de Zaria se iluminaron. Toda dolencia quedó en segundo plano. Su corazón latía con fuerza. ¡Él volvía! Todo estaría bien.

La empleada la observó desde la puerta. Ella había encontrado a la luna inconsciente en el jardín la noche anterior. Vio sus marcas. Las huellas del dolor. Y si ya la apreciaba antes, ahora la admiraba profundamente. Zaria soportaba tanto, y aún así mantenía esa sonrisa, ese brillo… ese amor ciego por un alfa que no la merecía.

Zaria no recordaba haber estado tan feliz como en esa mañana. Cuando vio a Kerry descender del auto, corrió hacia él con emoción. Sus ojos destilaban amor. Deseaba abrazarlo, perderse en sus brazos, creer que todo volvería a ser como antes.

Pero él la detuvo antes de que pudiera tocarlo.

Su gesto fue seco, distante. Ella, confundida, atribuyó su frialdad al cansancio del viaje. Quería entender. Debía entender. Siempre había sido comprensiva.

—¿Qué tal te fue? —preguntó, con una dulzura infinita.

Kerry suspiró antes de responder.

—Bien.

Se dirigió hacia la mansión con paso rápido, y cuando ella quiso hablar, él la interrumpió.

—Iré a darme una ducha y luego dormiré un rato. Vengo cansado.

Zaria se quedó inmóvil por un segundo. Pero luego sonrió. Porque ella entendía. Porque siempre buscaba una razón lógica para su indiferencia. Porque prefería mentirse a ver la verdad.

Subió las escaleras lentamente, mientras Kerry desaparecía en la habitación. Se abrazó a sí misma, como intentando calmar a su corazón, que una vez más se rompía en silencio.

Desde su ventana, vio caer la tarde. Y con ella, la última chispa de esperanza que aún quedaba encendida.

Tal vez, si ella hubiese abierto los ojos a tiempo, todo habría sido diferente.

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