Una alianza forzada. Un amor prohibido. Una guerra silenciosa. Isabella nació para reinar… pero fue robada para obedecer. A los once años, su vida de privilegios terminó en una fría noche de invierno, cuando fue secuestrada por el clan mafioso Di Lazzaro, enemigos eternos de su familia. Ocultaron su nombre. Enterraron su pasado. La prepararon para convertirse en la esposa del heredero: Dante, un joven tan brillante como cruel, tan frío como irresistible. Pero lo que los Di Lazzaro no sabían… es que Isabella y Dante ya se habían conocido en secreto, en otro tiempo, en otra piel. Y que un recuerdo compartido ardería como una brasa escondida bajo los escombros de la traición. Años después, unidos por un pacto que ninguno eligió, ambos deberán navegar una red de mentiras, celos, chantajes y fuego. Cuando otra mujer amenaza con destruirlos desde dentro, Dante toma la decisión más dolorosa: alejarse para salvarla. Pero el amor verdadero no se disuelve en la oscuridad… solo se esconde, esperando el momento para arder de nuevo. Entre sombras y juramentos, se alza una historia donde el poder mata, el deseo consume… y el amor renace en medio del peligro.
Leer másLos días siguientes al atentado transcurrieron con una calma extraña.Demasiado perfecta. Demasiado silenciosa.Isabella lo sabía. No era paz.Era el murmullo que precede al desastre.Francesca reforzó todas las rutas. Matteo coordinó los movimientos internos. Giulia, ahora alejada y vigilada, envió una carta de agradecimiento escrita a mano. Isabella la leyó sin emoción. Agradecer no repara una traición.Pero lo que nadie esperaba… era que el golpe no viniera de afuera.Sino del pasado.Del de Dante.---Una mañana, al revisar los informes de inteligencia, Isabella encontró un nombre subrayado varias veces: Claudia Moretti. No era parte de La Marca Roja. No era enemiga directa. Era… una sombra.Exiliada desde hacía años. Antigua jefa de logística en operaciones del norte de Italia. Y, según el informe más reciente, ex pareja de Dante Leone.Isabella frunció el ceño.Abrió el archivo. No había muchas fotos. Pero en una de ellas, Claudia sonreía al lado de Dante, en lo que parecía una
El regreso a casa fue silencioso.No hubo celebraciones, ni brindis, ni palabras de alivio. Solo miradas que evitaban la suya, como si todos supieran que, aunque había salvado vidas, había algo en Isabella que ya no podía salvarse a sí misma.En la mansión, todo estaba en su lugar, como si el mundo no hubiera ardido mientras ella estaba en Sicilia. Pero Isabella lo sentía. Cada rincón tenía un eco distinto. Más agudo. Más lejano.Dante la esperaba en la habitación. De pie. Sin moverse.—¿Lo lograste?—Sí. La familia de Giulia está a salvo. Falieri está en manos de nuestros hombres.Dante asintió. Pero sus ojos preguntaban más.—¿Y tú? —añadió—. ¿Estás a salvo?Isabella no respondió de inmediato. Se sentó al borde de la cama. Se quitó los guantes. Respiró hondo.—No lo sé.Él se acercó. Le tomó una mano. Notó los nudillos marcados, una pequeña cortada en la palma, el temblor escondido.—Estás cambiando, Isabella.Ella lo miró, cansada.—Todos cambiamos cuando nos obligan a ser dioses…
El viento en Sicilia era distinto.Más pesado. Más denso. Como si la isla supiera que lo que se jugaba en sus tierras no era una simple operación, sino una deuda de sangre. Isabella lo sintió apenas bajó del helicóptero encubierto. Sus botas pisaron suelo firme con decisión. Francesca ya estaba allí. Armó la operación en cuarenta y ocho horas, silenciosa como una sombra entrenada.—La casa está en la costa, cerca del faro abandonado —informó—. Tienen a la hermana de Giulia y a sus sobrinos en el sótano. Dos guardias visibles. Seis más ocultos en el perímetro. Y alguien más… alguien que da órdenes.—¿Marco Falieri?—Probablemente. Pero no lo hemos visto. Solo escuchado su voz en las comunicaciones interceptadas.Isabella no respondió. Observó el mar unos segundos. El rugido de las olas le recordaba la rabia que intentaba contener desde hace días. No por Giulia, ni siquiera por su propia seguridad. Era la sensación de haber confiado. De haber creído que lo había visto todo… y no fue así
El primer atentado no fue contra Isabella. Fue contra su nombre. Una de sus bodegas principales —la más visible, la más simbólica— ardió durante la noche. Las cámaras de seguridad fueron anuladas antes del incendio. Cuando los primeros hombres llegaron a apagar el fuego, ya era tarde. En la fachada calcinada, solo quedaban dos palabras pintadas con aerosol rojo: “NO ES INMUNE.” La ciudad entera despertó con ese mensaje. Las noticias hablaron de un corto circuito. Los informes oficiales minimizaron el hecho. Pero el bajo mundo sabía la verdad: La Marca Roja se había presentado en sociedad. En la mansión, Isabella observaba las imágenes del dron sobrevolando las ruinas. Fría. Silenciosa. Pero en su interior… hervía. Dante entró con un informe en la mano. No dijo nada. Solo lo dejó sobre la mesa. Ella lo tomó, lo leyó y, por primera vez en semanas, golpeó el escritorio con fuerza. —No puede ser que hayan pasado por tres puntos sin que nadie los viera. —Tienen ayuda
El avión aterrizó justo antes del amanecer. La ciudad aún dormía, pero los radares del poder nunca descansan. Isabella se bajó del jet con paso sereno, sin equipaje, sin más armas que su mirada. Matteo y Francesca quedaron atrás, como sombras que sabían cuándo retirarse. Dante la esperaba en la pista, con las manos en los bolsillos y los ojos cargados de preguntas que no se atrevió a formular. Ella lo abrazó sin prisa, como si no hicieran falta palabras. Pero él sintió el cambio. Algo en ella había mutado. No era más fuerte. Era más fría. —¿Todo bien? —preguntó él, sin afán. —Todo cerrado —fue su única respuesta. Y caminaron juntos, como socios, como amantes, como dos líneas paralelas que aún no se tocan, pero se respetan. En la mansión, el ambiente había cambiado. Giulia evitaba mirarla directo a los ojos, como si supiera que Isabella había cruzado una frontera de la que no se regresa igual. Las paredes, los pasillos, incluso los muebles, parecían medir su nueva presenc
El avión privado despegó al amanecer. Isabella no llevó guardaespaldas. Solo a Matteo y a Francesca. No por debilidad, sino porque sabía que la discreción era su mejor escudo. Contrada del Lupo no era un lugar para entrar con ruido. Era tierra de silencios, de caminos ocultos entre montañas y costas donde los muertos no tienen nombre. Durante el vuelo, no habló casi nada. Observaba por la ventanilla las nubes densas, el cielo roto por la luz. Como si el mundo supiera que estaba viajando hacia su origen. Calabria los recibió con viento seco y un mar oscuro. Matteo condujo durante horas por carreteras serpenteantes, alejándose de las zonas turísticas. Cuando llegaron al pueblo más cercano a la finca de Il Cervo, ya era de noche. El hospedaje era rústico, pequeño, pero seguro. Isabella pidió una habitación sola. Necesitaba silencio. Necesitaba recordar sin interrupciones. En la ducha, el agua le caía sobre los hombros como plomo. Cerró los ojos y todo regresó: la humedad del só
Último capítulo