Melisa tenía la vida resuelta: un buen trabajo como secretaria de gerencia, una boda en puertas y una mejor amiga que conocía sus secretos… hasta que una imagen enviada en plena reunión universitaria lo destruye todo. Traicionada por los dos pilares más importantes de su vida, huye esa misma noche y termina en la cama de un completo desconocido. Al día siguiente, la cruda realidad: ese hombre no era otro que su jefe. Decidida a desaparecer antes de que él descubra quién es, Melisa inicia un juego de huidas, secretos y verdades a medias… pero el destino tiene otros planes. Romance, drama, humor y un toque de venganza se entrelazan en una historia donde nadie es quien parece ser, y donde el amor más inesperado podría ser el más real.
Leer másCapítulo 44.En ese momento, Katia se acercó desde una de las mesas del fondo, con los ojos húmedos pero firmes. Sebastian pensó que por fin alguien le diría donde la podía encontrar, ella debía ser una de las amigas que Melisa hizo en la empresa, pero grande fue su decepción.-- Lo lamento mucho presidente Novak… pero ya no la va a encontrar –le dijo con pesades. – Melisa se fue esta madrugada. Se fue sin decirme nada, porque no quería que nadie la buscara. Y yo… no pude detenerla, si lo hubiera sabido – se lamentó la joven.-- ¿Dónde está? – le preguntó él con voz tensa. No escuchó nada de lo que la joven dijo.-- No lo sé. Pero no la culpe por huir – le respondió ella. -- A veces, cuando se ama mucho… lo único que queda es irse para poder sobrevivir –Mariel entró al comedor unos segundos antes. Ella alcanzó a escuchar las últimas palabras de Katia, y vio el rostro de Sebastián, quebrado, expuesto como nunca. No sabia lo que pasaba ahí.-- Amor – dijo y comenzó a caminar hacia él,
Sebastian llegó a la empresa retrasado, no había dormido la noche anterior. Llevaba casi cuatro noches seguidas sin dormir. Sin importarle que haya sido fin de semana, y que le prometió darle un espacio a Melisa, el hombre había llegado a su departamento cada día, esperando encontrarla allí, pero no fue asi.Lo único bueno que encontró fue a un Francisco pálido, desesperado por encontrar a Melisa, ambos se dieron cuenta de que la estaban perdiendo y para siempre.Al llegar el día lunes era casi el mediodía. Los murmullos sobre la renuncia de Melisa habían cesado. El personal se encontraba igual que siempre.Daniel abrió la puerta del coche para que Sebastian bajara. Él hombre caminó hacia el ascensor. Pero antes de presionar el piso 14 el hombre se detuvo en la recepción. Salió y miró a Paloma con seriedad.-- Buenos días señor Novak – lo saludo la joven. Sebastian la miró por algunos segundos, Melisa siempre fue amable con ella, asi que pensó que quizás serian amigas.-- ¿Paloma no e
Sebastián tenía los nudillos blancos de tanto apretar el volante. Llevaba ya cerca de cinco horas esperando con el asiento ligeramente reclinado, como si eso pudiera hacerlo menos evidente desde afuera, pero era inútil. El motor estaba apagado, y la calle apenas alumbrada por un farol parpadeante.-- ¿Dónde estás Meli? – se preguntó en voz baja. Mirando hacia la ventana todavía a oscuras, no estaba seguro si había cabeceado en algún momento, con tantas horas allí, había perdido la noción del tiempo.Sus pies estaban entumecidos, y aunque encendió el auto para prender la calefacción su cuerpo seguía tan frio como la madrugada.La había buscado con la mirada en cada rincón del edificio, sin subir, sin interrumpir a los vecinos, solo aguardando sentado ahí, como un tonto. Como un hombre que empezaba a entender lo que significaba perder algo valioso.Ha esas alturas solo le quedaba imaginarse que su Meli se estaba quedando en otro lugar, recordó cada una de las direcciones que aparecía en
El miércoles, Melisa comenzó a limpiar su escritorio.Lo hacía poco a poco, sin levantar sospechas. Llevaba una carpeta a la vez. Un libro en la mochila. Un cuaderno como si se lo llevara a casa para trabajar.Por dentro, cada acto era una despedida silenciosa.Había enviado un correo a Recursos Humanos, solicitando una reunión para el viernes. La excusa: motivos personales. Lo suficiente para que no generara alarma, pero que justificara la futura renuncia.Guardaba en su celular los contactos importantes. Eliminaba rastros. Fotos. Correos. Todo lo que la vinculaba con la empresa. Todo lo que podía hacerla rastreable.Y aún así, cuando pasaba por el pasillo donde estaba la oficina de Sebastián, su corazón se aceleraba. A veces estaba abierta. A veces cerrada. A veces lo oía reír con Daniel. A veces no se escuchaba nada.Pero no se atrevía a entrar.No podía.No debía.El jueves, al salir, se detuvo en la puerta del edificio y giró la vista.El cielo estaba anaranjado. Parecía incendiar
Los días pasaban, pero para Melisa se sentían como arenas movedizas. Cada paso que daba para preparar su salida la arrastraba más hondo en el remolino emocional que no sabía cómo enfrentar. El peso del secreto, el miedo a Sebastián, el asco hacia Mariel, la presión de Francisco… y por encima de todo, la vida creciendo dentro de ella, pequeña, invisible, pero lo suficientemente fuerte como para alterar cada decisión, cada suspiro.Había fingido volver a la oficina como una forma de camuflar su plan. Necesitaba tiempo, necesitaba acceso a una red estable, impresora, papel, y la apariencia de normalidad. Su renuncia no podía ser repentina, tenía que parecer legítima. Legal. Discreta. Para eso necesitaba cuidar cada paso.En su computador, la pestaña de “viajes” ya había sido cerrada. Pero en una carpeta oculta con nombre inofensivo —“Reporte Clientes 2022”—, guardaba su pasaje impreso. Vuelo a Ciudad de México, escala en Bogotá. Salida: 6:45 a.m., sábado.Era martes.Cuatro días.Cuatro
Jenny había pensado tomarse un tiempo de reflexión, su vida había sido demasiado caótica en el tiempo de pandemia, estuvo trabajando demasiado virtualmente y escuchar lo que Melisa haría la conmovió, tanto que quiso acompañarla en el proceso.Melisa no volvió a la empresa ese día y Sebastian estaba volviendo loco. Daniel por su parte había omitido un detalle que encontró en la búsqueda que hiso temprano por la mañana.Al día siguiente.Sebastian llegó a la empresa un poco tarde, su rostro se veía demacrado, no había podido dormir. Se quedó afuera del departamento de Melisa hasta la madrugada, pero ella nunca volvió.Bajo del auto y se detuvo, mirando a Daniel con intensidad. Su asistente había bajado para recibirlo.-- ¿Dónde está Melisa ahora mismo? – le preguntó esperando escuchar una buena noticia hoy. Daniel se quedó en silencio por unos segundos, todavía debía comentarle lo que encontró el día anterior.-- Ella volvió a la oficina esta mañana señor –-- ¿Qué? – Sebastian sintió u
Maritza saco su teléfono del bolsillo de su chaqueta y busco con desesperación el numero de Melisa. Sebastian no estaba con ganas de hablar y mucho menos ver a su ex, le hizo una seña a su asistente y Daniel le arrebató el celular a la joven.-- Pero ¿Por qué? – pregunta todavía contrariada. Maritza mira su teléfono y a Daniel, luego a Melisa quien permanecía inalterable y al final a Sebastian.-- Yo solo hice lo que su prometida me pidió… ¿es acaso un delito ayudarla? – terminó diciendo, pensando que con eso estaba librada.Sebastian golpeó el escritorio con el puño, haciendo temblar los objetos que había sobre él y a la mujer que estaba sentada al frente.-- ¿Ayudar? Asi que ahora recibir cien mil dólares es ayudar – le dice el presidente y Maritza abre los ojos asombrada. En ese momento pensó que la misma Mariel la había traicionado, asi que no tendría ninguna compasión con ella.-- Asi es, pero yo no pedí ese dinero señor. Fue su prometida quien me lo ofreció, ella fue quien me b
El lunes comenzó con la tensión suspendida en el aire como una tormenta que se anunciaba, pero no llegaba. En la oficina de presidencia, Sebastián se mantenía frente a la ventana, los brazos cruzados, observando la ciudad sin verla realmente. Había pasado el fin de semana entero con la mente abrumada por el silencio de Melisa. Luego de ver como ingresaba al auto de su ex, ella no respondía sus mensajes. No contestaba sus llamadas, era como si no quisiera saber nada de él...Había respetado su petición de espacio, lo había hecho como una muestra de confianza. Pero su instinto comenzaba a gritarle que algo no estaba bien. Sobre todo, porque aún podía ver en su mente el rostro roto de Melisa el día que él pronunció ese estúpido discurso para protegerlos a ambos.Y cuando Daniel, su asistente, ingresó en la oficina con el rostro pálido y una carpeta electrónica en la mano, supo que las noticias no serían buenas.-- ¿Qué pasó? – le preguntó Sebastián, girando de inmediato al verlo. Daniel c
Francisco también lo vio.-- Sube al auto Meli – le dijo con voz baja pero firme.-- No voy a escapar –-- No es para escapar. Es para evitar una escena que no necesitas. Yo tampoco la necesito. Y pienso que él menos –Ella dudó por un segundo. Uno solo. Y entonces abrió la puerta del copiloto y subió.Apenas cerró, Francisco arrancó con suavidad, pasando justo delante del auto de Sebastián. Fue un segundo. Un cruce de miradas.Y aun sin verlo bien, Melisa supo que él la había visto, supo que ese instante sembraría otra duda más en la mente de Sebastián Novak. El silencio en el auto era denso.Ella giró apenas la cabeza.-- ¿Qué pretendes con esto? –-- Nada – le respondió dijo él, sin mirarla. -- Solo quería asegurarme de que estabas bien. Que no ibas a desaparecer sin decir nada –-- No voy a desaparecer. No soy como tu –-- Eso dolió Meli. Pero no te creo – ella no le respondió.-- Te conozco bien Meli… tu rostro al salir me decía mucho. Esa sonrisa llena de mentiras. Ni siquiera t