¿Qué vale más: ser recordado por todos o amado por uno solo, incluso cuando el mundo te ha olvidado? Elías Montiel era intocable. Rico, poderoso, dueño de un imperio. Hasta que, un día, el mundo lo olvidó. Su rostro, su historia, su existencia… borrados. Todos lo olvidaron. Todos, excepto Lena. Sin respuestas, sin lógica, sin escapatoria, ambos deciden aprovechar cada segundo antes de que el olvido lo reclame por completo. No hay reglas. No hay límites. Solo un pacto: si el mundo los ignora, entonces ellos también desafiarán al mundo. Y cuando el último día llegue… Lena tendrá que tomar una decisión imposible: aferrarse a lo imposible o dejar ir al único hombre que el mundo ya ha olvidado.
Leer másBIENVENIDA A “ANTES QUE EL MUNDO NOS OLVIDE”
Imagina que un día despiertas y el mundo ha borrado tu existencia. Que todos los que conocías, todos los que te amaban, ya no recuerdan tu nombre. Excepto una persona. Esta es la historia de Elías, el hombre que lo tenía todo… hasta que dejó de existir. Y de Lena, la única que puede recordarlo. Es una historia de amor, pero no cualquier historia de amor. Aquí, el tiempo es un enemigo, la memoria un castigo y cada día juntos es un desafío contra lo imposible. Este libro no es solo para quienes aman el romance. Es para quienes alguna vez han sentido miedo de ser olvidados. Para quienes creen que el amor puede desafiarlo todo, incluso la propia realidad. Y ahora tú formas parte de esta historia. ¿Estás listo para sentir? Bienvenido a “Antes de que el mundo nos olvide”. Una historia que no podrás dejar de leer. Episodio 1: El día en que dejé de existir Ayer, el mundo sabía mi nombre. Hoy, no soy nadie. Camino por la avenida como siempre lo he hecho, con la seguridad de quien pertenece a este lugar. Pero hay algo extraño en el aire. Una sensación que se me clava en la piel, como una picazón imposible de rascar. Los rostros que pasan junto a mí son indiferentes. No hay miradas de admiración, ni siquiera de reconocimiento. Es como si nunca hubieran sabido quién soy. Y entonces, lo noto. Las pantallas de los edificios ya no muestran mi rostro. Las revistas en los quioscos no tienen mi nombre en portada. Mi presencia ha sido borrada. El ritmo de mi respiración se descontrola. No. No. Esto tiene que ser una broma. Apuro el paso, con el corazón golpeándome las costillas. Al llegar a la Torre Montiel, mi propia empresa, la seguridad en mis pasos se tambalea. Algo me dice que lo que está ocurriendo no es un simple malentendido. Pero me obligo a seguir. Cruzo las puertas y camino con determinación hasta la recepción. La mujer detrás del mostrador me mira con cortesía, pero sin el más mínimo rastro de reconocimiento. —Buenos días —digo, tratando de sonar firme—. Necesito ver a mi asistente. —¿Su nombre, señor? Mi ceño se frunce. —Elías Montiel. El ligero cambio en su expresión no me gusta. Es solo un parpadeo, un instante de duda, pero luego vuelve a su expresión profesional. —Lo siento, señor, pero aquí no trabaja nadie con ese nombre. La sangre se me congela. —Debe haber un error. Esta es mi empresa. Ella mantiene la compostura, como si estuviera acostumbrada a tratar con lunáticos. —Señor, si no tiene una cita, me temo que no puedo permitirle el acceso. La risa que escapa de mis labios es fría, sin humor. —¿Una cita? Necesito una m*****a explicación. El guardia de seguridad, el mismo que ha trabajado para mí durante cinco años, se acerca. Me mira con la misma indiferencia con la que se observa a un desconocido. —¿Hay algún problema? El suelo se mueve bajo los pies. —Sí —respondo, con el estómago revuelto—. El problema es que esta es mi empresa y ninguno de ustedes parece recordarlo. El guardia me observa sin emoción. —Señor, si no se retira, tendremos que escoltarlo afuera. No. No puede ser. Saco mi teléfono y marco el número de mi asistente. La llamada suena varias veces antes de que una voz femenina responda. —¿Quién es? La pregunta me golpea como un puñetazo en el estómago. —¿Cómo que quién soy? Soy Elías. Silencio. —Lo siento, pero creo que tiene el número equivocado. Cuelgo y marco a otro contacto. Luego a otro. Luego a otro más. Siempre la misma respuesta. —No sé quién eres. El terror se desliza por mi espalda como un puñado de agujas heladas. No existo. Mis piernas se sienten débiles cuando salgo del edificio. La ciudad sigue su curso, indiferente a mi crisis. La gente ríe, conversa, vive sus vidas. Para ellos, nada ha cambiado. Para mí, todo se ha desmoronado. Camino sin rumbo. No sé cuánto tiempo pasa hasta que mis pies me llevan a la cafetería. Y entonces, la veo. Lena. Sentada en la misma mesa de siempre, removiendo distraídamente su café. Mi corazón se acelera por razones equivocadas. Por un instante, dudo. Si el mundo entero me ha olvidado… ¿qué posibilidades hay de que ella sea diferente? Pero necesito saberlo. Así que me acerco, con el miedo atragantado en la garganta. —¿Lena? Ella levanta la vista. Y ahí está. No es confusión. No es extrañeza. Es algo más. Algo que me paraliza. Es reconocimiento. Ella me recuerda. Y por primera vez en todo el día, el miedo deja de asfixiarme. Porque si Lena aún sabe quién soy… tal vez, solo tal vez, todavía exista.El mundo vuelve con un silbido de tren.Hierro sobre hierro. Ruido de maletas. Gente que no sabe que está viva.Estoy en una estación.Llueve.No como en los sueños: esto es real. El agua huele a ciudad sucia, a concreto mojado y a secretos que nadie confiesa. La pantalla digital marca la fecha: 17 de febrero de 2023. Ese día lo he visto antes. En notas. En espejos. En pesadillas.El día que comenzó todo.Me miro las manos. Tienen cicatrices que no reconozco. Un reloj roto. Y en el reflejo de una vitrina, el rostro que veo… no es el mío de ahora. Es más joven. Más torpe. Aún no ha perdido nada.Y entonces la veo.Lena.Entra como si el mundo se doblara alrededor suyo. Chaqueta de mezclilla, auriculares colgando del cuello, una libreta manchada de tinta en la mano. Está leyendo mientras camina, como si supiera que la realidad no vale tanto como las palabras que escribe.Mi corazón se detiene.Ella no me ve.Todavía no.Pero algo me empuja. No puedo dejar que este momento pase como la p
Caemos. No como quien cae desde una azotea o por una escalera. Esto es distinto. Es como si el tiempo mismo se desmoronara bajo nuestros pies, tragándonos con sus dientes invisibles. Lena aprieta mi mano. Su piel arde. Como si llevara dentro un pedazo de sol a punto de estallar. Y cuando por fin tocamos fondo… no hay impacto. Solo un silencio denso. Tan absoluto que me deja sordo. El paisaje frente a nosotros no tiene lógica. Ni dirección. El cielo está hecho de recuerdos. Literalmente. Fragmentos suspendidos de momentos, como fotografías flotando en el aire. Ahí estoy yo besando a Lena bajo la lluvia. Ahí ella llorando mientras le decía que todo estaría bien. Ahí… ella desapareciendo frente a mis ojos. Un campo de memoria viva. —¿Dónde estamos? —murmuro. Lena no responde de inmediato. Está observando el cielo, sus ojos cargados de un dolor que nunca le había visto. —Esto es lo que queda —dice al fin, con voz baja—. Lo que sobrevivió al olvido. —¿Sobrevivió? ¿A
Mis puños atraviesan el aire. Golpean nada. O algo. No lo sé. Todo se ha vuelto una espiral de oscuridad y jadeos. Siento que caigo sin caer. Que corro sin moverme. Que grito… y nadie me escucha. Hasta que algo cambia. Un zumbido sutil. Como electricidad atravesando los huesos. Y entonces, la luz vuelve. Estoy solo. El túnel ya no es un túnel. Ahora es un pasillo interminable, con paredes de espejos agrietados. Y en cada reflejo, una versión rota de mí. Más joven. Más vieja. Más destruida. Camino. No porque quiera. Porque algo allá adelante me llama. Es como un hilo invisible tirando de mis costillas. Como si Lena estuviera al final de este laberinto de locura, susurrando mi nombre sin voz. Una puerta aparece a mi derecha. Roja. Con marcas de uñas en la madera. La abro. Y el mundo cambia otra vez. Estoy en una habitación que conozco demasiado bien. El cuarto de Lena. Su perfume flota en el aire, suave y doloroso. Todo está como lo dejó. Su taza de café a medio tomar. Su li
No puedo dejar de mirar la maldita foto.Mi mano tiembla. No por miedo. Por la certeza nauseabunda de que lo que vi es real.Esa silueta que tiene mi rostro… que está junto a Lena… no soy yo.—¿Qué significa esto? —pregunto, la voz más ronca de lo que esperaba.La figura da media vuelta, camina lentamente hacia la oscuridad, como si supiera que lo seguiría.—Significa que no todo lo que recuerdas es cierto —responde sin mirar atrás—. Y que Lena ya no está donde crees que está.Salimos de la habitación y bajamos por las escaleras. Nadie más en el edificio. Solo ecos. Ecos de cosas que no quiero entender.Cuando llegamos a la planta baja, él se detiene frente a una puerta que no estaba allí antes. Una puerta metálica, negra, con un símbolo extraño grabado: un reloj sin manecillas.—Estás a punto de ver lo que nadie debería ver —dice mientras gira el pomo—. Pero ya tomaste una decisión, Elías. Ya entraste en el juego.La puerta se abre con un gemido grave. Detrás no hay una habitación.H
La dirección en el sobre está escrita con tinta roja. Solo una palabra debajo: Silencio.Ni una explicación. Ni una advertencia. Solo un nombre que parece una amenaza disfrazada de lugar.Conduzco por la ciudad mientras las luces de neón parpadean como si el mundo entero respirara en cámara lenta. Las calles están casi vacías, salvo por los fantasmas que caminan sin rumbo, ajenos a mi urgencia. Cada semáforo en rojo me carcome la paciencia. Lena podría estar gritando su nombre ahora mismo, y yo… yo estoy haciendo entregas para un maldito fantasma de la mafia.El edificio está al borde de la ciudad, justo donde comienza la nada. Un antiguo motel clausurado, donde hasta el olvido parece tener miedo de quedarse. Me bajo del auto, el sobre dentro de mi chaqueta, el corazón golpeando como si intentara huir de mi pecho.Una luz titilante marca la entrada. Nadie a la vista. Solo una cámara oxidada girando lentamente hacia mí.—Elías —dice una voz desde un altavoz oculto—. Piso tres. Habitaci
El mundo a mi alrededor se siente irreal. Como si en cualquier momento todo fuera a derrumbarse, como si el suelo bajo mis pies se desmoronara y me tragara la desesperación. Lena está desaparecida. Y yo no voy a esperar a que me la devuelvan en pedazos.Javier me observa desde el otro lado de la mesa, su expresión sombría, su mirada tensa.—Si vas a hacer esto, necesitas saber a qué te enfrentas.—Ya me lo dijiste —respondo sin apartar la vista de él—. Gente peligrosa. No se detienen. No hay salida.Javier niega con la cabeza.—No lo entiendes, Elías. No es solo gente peligrosa. Son una maldita red. Un grupo que opera en las sombras. Y si Lena está con ellos, no la recuperarás con solo golpear puertas.La rabia burbujea en mi pecho.—Entonces dime cómo carajo la recupero.Javier toma aire y se inclina hacia adelante.—Hay alguien que puede ayudarnos.—¿Quién?Su expresión se endurece.—Un contacto. Alguien que me ayudó cuando comenzaron a seguirme. Pero no nos hará favores gratis.—No
Último capítulo